Análisis el cerebro el teatro del mundo Yuste


Dimensiones sociales del teatro mental

Si el modelo del mundo que elabora el cerebro se construye con base en la experiencia, y si esta experiencia está mediada por condiciones sociales específicas, entonces el “teatro” que cada persona habita es también un producto social. Las diferencias de clase, género, raza, etnia o religión no solo se reflejan en la organización externa de las sociedades, sino que también influyen en cómo las personas perciben, sienten y actúan. Una persona criada en un entorno donde la desconfianza y la hostilidad predominan tenderá a desarrollar modelos del mundo más defensivos y reactivos. Por el contrario, quienes crecen en entornos seguros y afectivos suelen generar representaciones internas más abiertas, confiadas y empáticas.

Este planteamiento tiene enormes implicancias para la educación, la política pública y las intervenciones psicosociales. Si se quiere transformar el comportamiento humano, no basta con apelar a la voluntad individual; es necesario intervenir también en los contextos que moldean las representaciones internas. Yuste señala que el cerebro es altamente plástico, lo que significa que puede reorganizarse a partir de nuevas experiencias. Esto implica que las redes neuronales pueden reconfigurarse si se generan entornos más equitativos, solidarios y respetuosos.

En este sentido, el conocimiento neurocientífico no debería limitarse al laboratorio o al ámbito clínico. Puede y debe dialogar con la psicología social para generar cambios estructurales que incidan tanto en lo externo como en lo interno. Esto es especialmente relevante en contextos marcados por la violencia, la exclusión o la marginalidad, donde la repetición de patrones negativos fortalece conexiones neuronales disfuncionales. Cambiar estos patrones requiere más que buena voluntad: requiere condiciones materiales y simbólicas que permitan la creación de nuevas experiencias.

El papel de la cultura en la predicción neuronal

Otro aspecto que merece atención es el papel de la cultura en la construcción de los modelos mentales. Si bien Yuste se enfoca en el funcionamiento biológico del cerebro, es evidente que los contenidos que nutren ese funcionamiento son culturales. Las imágenes, los relatos, las prácticas y los valores compartidos actúan como insumos simbólicos que el cerebro incorpora a sus redes. De esta manera, una misma estructura biológica puede operar de formas muy distintas dependiendo del entorno cultural en que se desarrolle.

Esto explica, por ejemplo, por qué el miedo puede activarse ante estímulos completamente distintos en diferentes culturas: en unas puede ser el rostro de una autoridad; en otras, la ruptura de una norma religiosa. El cerebro activa sus patrones de predicción en función de lo que ha aprendido que debe temer. La cultura actúa como un filtro que organiza la atención, la memoria y la emoción. Y así, lo que para un grupo social es lógico o natural, para otro puede ser absurdo o incluso ofensivo.

Esta idea puede relacionarse con la teoría de marcos de referencia de Erving Goffman, quien sostenía que los individuos organizan su experiencia social a través de estructuras interpretativas aprendidas. Estas estructuras permiten definir qué está ocurriendo en una situación dada, qué roles están disponibles y qué se espera de cada participante. El cerebro, al construir modelos del mundo, se apoya en estos marcos para anticipar conductas y regular respuestas. Por tanto, los modelos neuronales no solo predicen eventos físicos, sino también situaciones sociales.

Educación, plasticidad y transformación

Uno de los puntos más esperanzadores del libro de Yuste es su insistencia en la plasticidad cerebral. A diferencia de visiones deterministas que concebían al cerebro como una estructura fija, hoy sabemos que este órgano puede modificarse durante toda la vida. Esta capacidad de cambio abre posibilidades inmensas para la intervención psicoeducativa y social. Si nuestras representaciones del mundo están condicionadas por la experiencia, entonces podemos crear nuevas experiencias que nos permitan construir representaciones más saludables, empáticas y cooperativas.

En la educación, esto implica dejar de centrarse únicamente en la transmisión de contenidos para enfocarse también en la construcción de contextos de seguridad emocional, respeto y curiosidad. Los ambientes escolares no son neutros: activan, refuerzan o debilitan ciertas conexiones neuronales. Un docente que humilla o ridiculiza no solo perjudica la autoestima del estudiante, sino que modifica su modelo mental sobre el aprendizaje, sobre el conocimiento y sobre sí mismo. Lo mismo ocurre con el entorno familiar, comunitario y mediático.

Desde la psicología social, se ha demostrado que los entornos afectivos y solidarios potencian el desarrollo de competencias interpersonales, mientras que los entornos autoritarios y coercitivos tienden a generar conformismo, desconfianza y retraimiento. Esto coincide con las observaciones neurocientíficas sobre el estrés crónico, que altera la conectividad del hipocampo y la amígdala, afectando la memoria, la toma de decisiones y la regulación emocional. En consecuencia, transformar el entorno social no es solo una cuestión de justicia, sino también de salud cerebral.

La conciencia como espejo del teatro

En los capítulos finales del libro, Yuste aborda la conciencia como una propiedad emergente de la actividad neuronal. Aunque el tema sigue siendo debatido, su propuesta de que la conciencia es el resultado de la activación simultánea de redes neuronales que representan al yo dentro del modelo del mundo es sugestiva. Desde la psicología social, esta idea puede vincularse con el concepto de identidad: aquello que las personas creen que son, dentro de una historia, una cultura y un momento social determinado.

La conciencia no sería entonces un estado puro, sino una narrativa interna que se actualiza constantemente a medida que interactuamos con el entorno. Esto tiene implicancias profundas para la comprensión del comportamiento social. Si la conciencia del yo es un producto dinámico de la interacción entre cerebro y contexto, entonces nuestras decisiones no son producto exclusivo de una "voluntad" interna, sino el resultado de procesos mucho más complejos y entrelazados. Aquí, el sujeto deja de ser una entidad cerrada para convertirse en una construcción que emerge del flujo constante entre lo interno y lo externo.

En contextos sociales donde ciertas identidades son denigradas o invisibilizadas, la representación interna del yo puede verse distorsionada o fragmentada. Esto explica por qué el reconocimiento social es tan importante: no se trata solo de validación emocional, sino de reafirmar un modelo del mundo en el cual uno tiene un lugar legítimo. El rechazo, en cambio, actúa como un estímulo que desestabiliza el sistema, generando malestar, duda y retraimiento. Comprender esto es clave para intervenir en fenómenos como el bullying, la exclusión social o los discursos de odio.

Hacia una psicología social con base neuroconstructiva

La obra de Rafael Yuste representa una valiosa contribución al diálogo entre disciplinas. Aunque su formación es científica y su lenguaje muchas veces técnico, su propuesta tiene ecos filosóficos, éticos y sociales que no pueden pasarse por alto. Pensar el cerebro como una máquina de predicción y representación no es solo una curiosidad biológica, sino una puerta para revisar muchas de las teorías que sostienen nuestra comprensión del comportamiento humano.

Para la psicología social, esto implica revisar sus marcos explicativos y abrirse a nuevas fuentes de conocimiento. Las emociones, los valores, los prejuicios, la obediencia, la disidencia o la cooperación pueden entenderse no solo como construcciones simbólicas, sino también como configuraciones neuronales. Esto no reduce lo social a lo biológico, pero sí permite articular ambos planos en una explicación más rica y compleja del sujeto.

En tiempos de fragmentación del conocimiento, apostar por una mirada integradora es un acto profundamente humanista. El teatro del mundo no es solo un juego de metáforas: es una invitación a reconocer que vivimos dentro de una representación activa, y que cambiar esa representación requiere transformar tanto nuestras ideas como nuestros contextos.

Referencias

Yuste, R. (2023). El cerebro, el teatro del mundo. Editorial Planeta.
Berger, P. L., & Luckmann, T. (1966). La construcción social de la realidad. Amorrortu Editores.
Moscovici, S. (1981). Psicología social II. Paidós.
Bandura, A. (1986). Social Foundations of Thought and Action: A Social Cognitive Theory. Prentice-Hall.
Goffman, E. (1959). La presentación de la persona en la vida cotidiana. Amorrortu Editores.
Goleman, D. (1995). Emotional Intelligence. Bantam Books.

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