Necropolítica
Achille Mbembe, en su obra Necropolítica, redefine el concepto de soberanía a partir del control sobre la vida y la muerte. Lejos de la idea clásica del poder como administración de la vida —como proponía Foucault—, Mbembe argumenta que el régimen contemporáneo se ejerce mediante la capacidad de decidir quién merece vivir y quién puede ser abandonado a la muerte. Este enfoque no solo expone las estructuras políticas y económicas que perpetúan la violencia sistémica, sino que también revela una dimensión psicológica profunda: la normalización del sufrimiento ajeno como mecanismo de dominación. La necropolítica no solo opera mediante leyes o ejércitos, sino a través de la internalización colectiva de jerarquías humanas, donde ciertos cuerpos son percibidos como prescindibles.
El libro analiza cómo tecnologías de control —como fronteras militarizadas, estados de excepción y economías extractivas— convierten a poblaciones enteras en "muertos en vida". Mbembe señala que el colonialismo y el capitalismo racializado son ejemplos históricos de esta lógica, pero también advierte su evolución en formas más sutiles: la deuda como instrumento de sujeción, la vigilancia algorítmica o la explotación laboral en condiciones de precariedad absoluta. Aquí, la psicología social ofrece un lente clave: la aceptación pasiva de estas dinámicas depende de la desensibilización moral y la construcción de un "nosotros" excluyente. La otredad no es solo política, sino cognitiva; se sustenta en narrativas que deshumanizan al migrante, al pobre o al racializado, reduciéndolos a meros obstáculos o daños colaterales del progreso.
Una crítica social desde esta perspectiva debe cuestionar cómo se naturaliza la violencia estructural. Por ejemplo, la retórica de la "eficiencia económica" —como señala Yanis Varoufakis en sus análisis— enmascara decisiones que condenan a millones a la miseria, presentándolas como inevitables. La psicología de la dominación se alimenta de esta ilusión de inevitabilidad, donde la resistencia parece fútil. Sin embargo, Mbembe insiste en que la agencia persiste incluso en los espacios de muerte: las revueltas globales, desde Ferguson hasta Santiago, son actos de rechazo a la necropolítica. Estos movimientos no solo demandan derechos, sino que reivindican la humanidad negada, desafiando el orden psicológico que sostiene al poder.
En conclusión, Necropolítica no es solo un diagnóstico del horror, sino un llamado a repensar la emancipación. La crítica social debe ir más allá de denunciar las estructuras y examinar cómo estas se arraigan en la subjetividad. La tarea es doble: desmontar los dispositivos materiales de opresión y, al mismo tiempo, descolonizar la imaginación colectiva. Solo así podrá surgir una política verdaderamente orientada a la vida.
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